MALRAUX

Introducción

Varias generaciones lo leyeron. ¿Se le lee hoy? Quiero decir: ¿lo leen los jóvenes de hoy? Éstos, por lo que parece ser estadísticamente cierto, leen a Hesse. Para la mía y para las anteriores, fue un gran escritor francés. Referencia de manuales. Pero fue algo más: el provocador de un tipo de lectura del arte: el arte del mundo leyéndose a sí mismo sin mediaciones, expuesto en un vasto panel que abolía las nacionalidades y condenaba las épocas y los estilos a la banalidad de la Academia.

  El Museo Imaginario. Malraux era una leyenda: Indochina, Arabia, España, la Resistencia. Después, el hombre sentado a la diestra de De Gaulle. Datos bibliográficos, es cierto, siempre turbulentos. No se permitió el derecho de aburrir. Antes, prefirió el derecho a la contradicción.

  Malraux visto a través de sus novelas: el primer autor que reflexionaba sobre el sentido moral de la acción. Se le leía con la sospecha de que era un mitómano, pero personajes como Perken, Marín, Kyo, Tchen, Scali o García, eran devueltos a la historia. La historia de las revoluciones contemporáneas (de 1917 a 1959, esto es, de Rusia a Cuba) ha estado llena de estos personajes. Seguirá estándolo. Cuando un hombre nos recuerda que en la acción hay un sentido moral que apunta hacia la grandeza o hacia la miseria, quizá no diga nada excepcional. Dice algo si lo dice en grandes obras. O si sus criaturas, un día, empiezan a parecerse a la realidad y la Historia.

  Malraux, ¿escritor clásico? Difícil no aceptarlo. También sus obras, como las piezas que componen su Museo Imaginario, están sujetas a una lenta metamorfosis. Sorprende que una obra menor como El Tiempo del desprecio se parezca tanto, treinta y cinco años después de publicada (este ensayo se publicó en 1982) a la historia que su tema, antes excepcional, se vuelva dolorosamente norma. La tortura y la grandeza del héroe que la padece, está en las páginas de este relato y en el expediente de las dictaduras que lo eligieron como instrumento de persuasión. Hay demasiadas cosas que sorprenden en sus reflexiones.

  ¿Por qué no se lee a Malraux con el interés de hace veinte o treinta años? Ciertamente, no es un innovador formal. Gide, su amigo y tutor en los primeros años, tampoco lo fue y, al parecer, a él tampoco se le lee. ¿Demasiado perfecto y ajeno a las pulsiones sociales de hoy? Está por verse.

  El hombre público, el ministro del general De Gaulle, ¿desdibujó al escritor? En primer término, es aceptable que un joven que haya vivido mayo de 1968 sienta cierta antipatía hacia Malraux. Era el poder. Hay otro Malraux, no obstante, y la suma de los dos da origen a este librito.

   Sé que se le volverá a leer. Volvió a leerse a Céline, vuelve a leerse a Drieu la Rochelle- colaboracionistas los dos-, antípodas de Malraux. No se puede olvidar que, además de gran novelista, es uno de esos raros escritores que en nuestro tiempo hicieron uso de pasión, lucidez e inteligencia. Gide decía sentirse menos inteligente a su lado, otro motivo para volver sobre la obra de ambos.

  Vuelvo a leer sus obras y ya no son lo que fueron entre 1959-1962. Son algo más. Entonces eran aventuras. Hoy son aventuras y reflexión. No es poco.

 

Barcelona, 1981.

 

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