MEMORIA COMPARTIDA

Un fragmento.

No puedes imaginar qué alturas alcanzó el juego, qué hondos fueron los descensos y desconsoladoras las treguas que nos dimos antes de que el día fuese esa incierta claridad anticipándose a la turbia noche de nuestros cuerpos y el reposo el comienzo del inventario aplazado cuando tú, como quien recuenta un episodio distante, empezabas diciendo:

Espero que mañana venga algo menos aburrido.

Arrojabas a un rincón de la habitación los periódicos que no habían pasado del registro de endulzadas informaciones: venían, ese día, acompañadas de dos fotos: en una, un cuerpo de niño yacía en las malezas, sin huellas de herida o estrangulamiento, y en otra, otro cuerpo, de un joven, exhibía el vacío, la oquedad de unos ojos arrancados como botín.

Tú decías:

Esto ya lo vimos.

Y te dolía no haber podido representar en la mañana los episodios que nos daban las informaciones, Mariana. Te dormías: el sueño te llegaba como suelen llegar algunos pájaros remolones e inclasificables a nuestra ventana, aproximándose y huyendo, acercándose al final del refugio del vuelo. Yo te acompañaba al contemplarte dormir, a sabiendas de que en algunos minutos, sobresaltada, abrirías los ojos y preguntarías algo que yo traduciría como la esperanza de un próximo día mejor, que para ti tendría que traducirse en la abundancia de las escabrosidades.

Te acompañaba en la vigilia y recordaba que nunca, ni siquiera en el tiempo que los amantes recién desposados reservan para la ternura, mi vigilancia había exigido mayores cuidados, porque de la rutina nos fuimos hacia la indiferencia, represando en el silencio la proximidad del asco, encogiendo el cuerpo que de delgado iba pareciéndose a los contornos de un adolescente frágil y enfermo: volvías a la quietud, a la paz que se había consumido cuando nos había faltado el tema de las rituales y cotidianas representaciones, esos acontecimientos que un día fueron el sostén, el único apoyo cierto de nuestras vidas.

Hoy, postrada, sólo el recuerdo de ellos queda en nosotros y al entrar a tu cuarto e intentar despertarte he oído la salmodia de tus temores:

No salgas

el incoherente delirio de una mujer afiebrada:

Cierra esa ventana

tus imploraciones de enferma:

¿No adviertes que tras el saqueo empieza la irreparable matanza?

y he decidido abandonarte en el regocijo de tu sueño.

La imagen de los niños zambulléndose en las heladas aguas del charco se ha quedado en mí, acompañando al desvanecimiento de mi cuerpo al volver al tráfico de la ciudad, a las voces de misericordia de los transeúntes que intentaron auxiliarme, conducirme a esta casa, a la que he regresado solo, con la orgullosa fortaleza de un hombre que se resiste con todas sus fuerzas a la inminencia del desmayo

He escuchado las campanas del mediodía anunciando un ángelus sin ecos y, tumbado en el horrible mueble de nuestra sala, he mirado las paredes, los empolvados cuadros y daguerrotipos, todavía acezante.

Me he preguntado:

¿Cómo fue el comienzo, Mariana?

pero ahora sólo recuerdo nuestros silencios, ese ir  y venir por esta casa  que ni el tiempo fue capaz de destruir, Dios sabe cómo se mantiene erguida e intacta sobre sus materiales. En mi reposo he buscado un diálogo y tus respuestas han sido las mismas advertencias del delirio, Mariana, la visión de hombres malvestidos y malencarados que bajan al centro de nuestra ciudad y la someten al saqueo, gestos vengativos provocando el incendio de esas edificaciones que sirven de refugio a los atemorizados, y te oído llamarme, pedirme que repose y me proteja a tu lado, vana cantaleta de desahuciada porque no iré a la habitación ni me postraré como perro a tus pies, no cerraré con trancas las puertas ni calafatearé las ventanas, no taponaré las rendijas ni huiré de los fantasmas que invocas ni del pavor que provocas, no veré nuevamente en mi imaginación ese hermoso festín de los saqueos porque he de decirte que en mi sueño de anoche  vi un ejercito de triunfadores fatigados, celebrados, recompensados con la repartición de una extensa geografía, héroes aclamados, aún con sus recientes cicatrices posesionándose de vastos imperios incultos, asignándose el honor, reservándose la notoriedad, dándose como recompensa el hoy para siempre perdido poder, bien pronto despojados de sus ruinosas ropas de guerreros y vestidos con la pomposa elegancia de los legisladores, restableciéndose del cansancio de las guerras y maquillándose para la Gran Ceremonia de un simulacro aristocrático, sin haber perdido todavía la imperativa voluntad de mando, rasgando los viejos textos traducidos, olvidándose de sus proclamas, alistándose ora entre los conspiradores ora entre los herederos del Partido de la Iglesia, reformadores en el vacío, legisladores en la retórica, guardándose el privilegio del mandato que fue la cultura simulada, legislación copiada, ineptitud codificada, la impotencia de gobernar canjeada por la ignominia de oprimir, un ejército de aristócratas sin dinastías, diezmado batallón de sobrevivientes, una columna de privilegiados asignándose la construcción del futuro, la decisión del presente, la interpretación falaz del pasado, el que reconstruiremos tú y yo, porque en mi sueño vi un desfile de soldados hechos para la obediencia, años atrás esclavos liberados para ser puestos al servicio de patrióticas contiendas, arrastrados detrás de sus viejos propietarios, enfilados y conducidos a los vítores, indios pardos mulatos mestizos negros embrutecidos por el dolor de la humillación, adiestrados para las próximas contiendas, llevados a golpes de promesas a uno de los dos altares levantados para la reconstrucción institucional del hoy recuperado y mañana usurpado mando del Estado.

Vi de un lado a los patriarcas enriquecidos y de otro a los peones de brega domesticados para el sí sin reservas, cuando no para el grito pendenciero contra sus iguales en humillación y deshonras.

Vi que el tiempo no era la sucesión de acontecimientos preparando en su marcha el acontecimiento inédito, sino su circular repetición en las aberraciones del mando.

Vi traidores trepadores cagatintas leguleyos sargentos tenientes generales títulos honoríficos y propiedades malhabidas, latinistas y tiranos, comparsa de reblandecidos, como yo, delfín que cerraba el desfile, románticos del gran altar que se llamó Poder que se apodó Clase Dirigente que se llamó Fuerzas Vivas

Volví a ver la redacción de constituciones y su inmediata abolición

Redacción de concordatos y la supresión de los artículos improcedentes

Vi un enredado y copioso testamento de datos y volví a ver las Memorias de tu anciano derrotado bisabuelo, la baba de su resentimiento, no conforme siquiera con la adjudicación de latifundios como gratificaciones por sus secretas traiciones a los Republicanos, porque lo dignificó la Historia y en todo ello volví a verte, virtuosa de dieciséis años, compuesta damita de buenas maneras mirándome por las calles de la encumbrada ciudad donde sólo te faltó el pañuelo arrojado al suelo para el perseguidor de favores, el abanico para el coqueteo, el tropezón para la galantería, y me obstiné en la persecución, me cubrí de grandeza, me envolví en la arrogancia del seductor y todo cuanto para tu conquista fui tramando se volvió innombrable en mi morada paterna: el viejo se fundía en la suma de sus decepciones, una vez por semana vestía para su complacencia el uniforme de sus ya recapituladas glorias, y en la dignificante pobreza de la jubilación intentaba dejarme el orgullo de su incorruptibilidad, como herencia moral las páginas de su secta masónica, la intransigencia de sus odios y la firmeza de sus conspiraciones, pero en silencio volví a casa; empezaba a presentir que míos serían, si me empecinaba, tus favores, mío ese virguito fragante, mía la mimada candidez de esos años, mío cuanto pretendí arrebatarte pasándote a hurtadillas acrósticos  y madrigales, gentilezas y remilgados acechos.

 Vi en el opaco espejo de un siglo el distorsionado reflejo de nuestros cuerpos, vi nuestro envejecimiento, vi nuestro encierro, vi a nuestro hijo, vi su llegada y su fuga, vi al país como alguna vez pude verte, a sólo diez años de nuestro matrimonio: virgen mal gozada y maltrecha.

Vi todo  en un hacinamiento de episodios y decidí que si un día era bastante para prolongar en el inventario de la vigilia los detalles del sueño, ese sería este día, ese fue este día ahora cerrándose con la audición de tus lamentos, la impertinencia pueril de las advertencias

¿No sientes cómo en bandadas desmadradas esa plebe nos excita y afrenta?

 No salgas:

 achacoso discurso al viento.

error: No está permitido descargarse esta imagen. Disculpe las molestias.