FUNDAMENTACION PREMIO NACIONAL DE VIDA Y OBRA 2014
OSCAR COLLAZOS
Soy escritor desde 1962, es decir, desde el día en que publiqué mi primer cuento (Solamente su testimonio) en el suplemento cultural de El Espectador, que dirigía Gonzalo González GOG. El mismo año ingresé a la Facultad de Sociología de la Universidad Nacional.
Un año después probé suerte en otra carrera universitaria y me matriculé en la Universidad Santiago de Cali en el programa de Literatura e idiomas. Lo abandoné para dedicarme por completo a la literatura y al teatro, gracias a la ayuda del maestro Enrique Buenaventura, que me llamó como “asesor de dramaturgia” del TEC. Escribí mis primeros cuentos entre 1964 y 1965, recogidos en un primer libro: El verano también moja las espaldas, publicado en noviembre de 1966 por la Editorial Papel Sobrante de Medellín, que dirigían los escritores Manuel Mejía Vallejo y Óscar Hernández. Mejía Vallejo había sido con Eduardo Pachón Padilla y el venezolano Juan Liscano, jurado del Premio Nacional de Cuento del Festival Nacional de Arte de Cali, fundado por Fanny Mikey. Obtuve el primer premio.
Fue el segundo gran estímulo en mis comienzos de escritor. El libro fue muy bien recibido por los jóvenes escritores de mi generación y comentado elogiosamente por los escritores Álvaro Cepeda Samudio, Gabriel García Márquez y Marta Traba. Entre 1964 y 1965 fui columnista del diario El País de Cali. No abandoné el teatro. Hice parte del colectivo (con Enrique Buenaventura, Helios Fernández y Jacqueline Vidal) que tradujo del francés y adaptó la obra Ubu Roi, de Alfred Jarry, el primer montaje de creación colectiva del TEC y escribí mi segunda obra de teatro, El soldado paz que nunca fue a la guerra. Obtuve en 1966 el primer premio nacional de dramaturgia.
En 1966 me trasladé a Medellín. Trabajé en la seccional de la Universidad Nacional, siempre con el propósito de seguir escribiendo. Empecé a colaborar con regularidad en las páginas culturales de El Espectador y El Tiempo. En ningún momento contemplé la posibilidad de conseguir un puesto burocrático ni de trabajar tiempo completo en ninguna empresa público o privada, convencido de que la incertidumbre económica era quizá menos grave que dedicar mi tiempo a una actividad distinta a la literatura.
El periodismo fue un alivio. Desde mi llegada a Bogotá, a principios de 1967, me gané precariamente la vida colaborando en revistas culturales como Lámpara, de la Esso colombiana, Letras Nacionales, que fundara Manuel Zapata Olivella y los suplementos de los diarios mencionados. Hice una incursión pasajera en la televisión como redactor de un informativo cuyo dueño era Marco Alzate, y director, el periodista Pedro Acosta Borrero. Trabajé al lado del escritor Germán Espinosa.
A finales de 1967 me llegó una invitación oficial para visitar la Unión Soviética, invitaciones casi siempre reservadas a miembros del Partido Comunista. Yo no lo era. Me explicaron que era una invitación estrictamente cultural. Antes de emprender viaje, se publicó mi segundo libro de cuentos, Son de máquina, en la editorial Testimonio, fundada por el gran diseñador gráfico David Consuegra. Había tenido el privilegio de conocer y tratar personalmente a grandes escritores colombianos: Fernando Arbeláez, Mario Rivero, Charry Lara, Héctor Rojas Herazo, Zapata Olivella, Maruja Vieira, Marta Traba, Germán Vargas y Jorge Zalamea, entre otros, quizá por el interés que habían despertado en la nueva literatura colombiana mis primeros dos libros de cuentos. Ese año conocí en Bogotá a los escritores Álvaro Cepeda Samudio y Gabriel García Márquez, a los críticos Ángel Rama y a Mario Vargas Llosa.
En enero de 1968 llegué a Moscú, acompañado por el joven pintor Juan Manuel Lugo. Recorrimos la ciudad, visitamos Leningrado (hoy Petrogrado). Como parte de la misma visita, fuimos a Riga (Letonia), Berlín Oriental (DDR), Praga, Bratislava y Brno (en la República Popular de Checoslovaquia). Tuve oportunidad de ver en directo logros y grandes falencias de los regímenes comunistas y de pasar unos días en la Praga donde brotaba la primavera de 1968, ahogada con las armas por los tanques soviéticos.
Cumplido el itinerario de la invitación, de regreso a Colombia, me detuve en París en marzo de 1968. Decidí quedarme más tiempo del que permitía mi economía, pero tuve la suerte de encontrarme con el futuro director de televisión Carlos Duplat, quien me presentó a la escritora francesa Christianne Rochefort. Me gané la vida dándole clases de español. Vinieron los acontecimientos de mayo del 68 y participé en ellos. Aproveché el tiempo libre que me dejaba la agitada vida parisina y continué escribiendo mi primera novela, empezada en Bogotá: Los días de la paciencia.
Permanecí en París hasta octubre de ese año. Me instalé de nuevo en Medellín. Pero en noviembre de ese año recibí una invitación para hacer parte del jurado del Premio Latinoamericano de Literatura de Casa de las Américas de Cuba. Viajé a La Habana en enero de 1969. Esta experiencia cambió radicalmente el rumbo de mi vida. Pude compartir mi experiencia de jurado con grandes escritores que admiraba: Alejo Carpentier, Nicolás Guillén, Cintio Vitier, Mario Benedetti, David Viñas, Noé Jitrik, Paco Urondo, Roque Dalton, Fernández Retamar, Eduardo Galeano, Efraín Huerta, José Agustín Goytisolo y Hans Magnus Enzensberger, entre otros. Terminado mi trabajo de jurado, se me propuso quedarme en La Habana dirigiendo el Centro de Investigaciones Literarias de la Casa de las Américas, desafío cultural que acepté. Mi experiencia de dos años a cargo del CIL, en remplazo de Benedetti, me puso en contacto con grandes figuras de la literatura latinoamericana.
Sentía que allí terminaba una primera fase de mi aprendizaje de escritor y empezaba otra de responsabilidad mucho mayor. Orienté mi trabajo de escritor hacia el ensayo, dejando de lado la narrativa. De 1969 es el ensayo Encrucijada del lenguaje, publicado en Marcha de Montevideo, por solicitud de Ángel Rama, sobre las relaciones de la literatura y los intelectuales con sus sociedades. La respuesta inmediata de Cortázar y Vargas Llosa dio inicio a una polémica que se recogió después con el titulo Literatura en la revolución, revolución en la literatura (Siglo XXI, México, 1970). Esta “polémica” proyectó mi nombre a América Latina. Debo decir que en esos dos años en La Habana terminé mi tercer libro de cuentos, Biografía del desarraigo (Siglo XXI, Buenos Ares, 1975) y mi recopilación de textos y prólogo del libro Los vanguardismos en América Latina (La Habana, 1970, Barcelona, 1972).
Muy pocas veces en mi vida he participado en concursos o convocatorias por incentivos a la creación. De hecho, a mis 71 años de edad, es la primera vez que lo hago con la convicción de que tengo detrás de mí una obra y una serie grande de experiencias que me vinculan a la literatura y la cultura colombiana y latinoamericana (bastaría hacer una búsqueda digital en Google y otros buscadores). Mis libros han sido editados en España, México, Venezuela, Uruguay y Argentina. Después de mi experiencia en Cuba tuve una breve estadía en Estocolmo, invitado por la Romanska Institutionen, adonde fui invitado para dar una serie de conferencias sobre García Márquez. Regresé por un tiempo a Colombia, en 1971.
En 1972, por una circunstancia personal, me fui a vivir a Barcelona. Allí residí durante 18 años, trabajando free lance en la industria editorial y publicando una buena parte de mi obra novelesca de madurez. Mis primeras dos novelas fueron editadas en Barcelona y en México. Entre 1975 y 1989, toda mi obra se publicó fuera de Colombia, exceptuando el libro de ensayos Textos al margen, publicado por el Instituto Colombiano de Cultura y mi novela Los días de la paciencia (Ed. Joaquín Mortiz, México), cuya edición colombiana la hizo el Círculo de Lectores.
Viviendo en Barcelona, gané una beca de escritor del Berliner Kunstlerprogramm de la DAAD, de la Alemania Federal. Permanecí un año (de 1976 a 1977) en Berlín Occidental. Este es el único estímulo económico que he tenido en mi vida de escritor.
Una reseña completa de mi bibliografía consta en documento separado.
Desde mi regreso a Colombia, en 1989, me he ganado la vida en distintas actividades relacionadas con la literatura y el periodismo. Dirigí dos programas de televisión en Señal Colombia. El primero, Al filo de la madrugada, y el segundo, Letra viva, en La Franja del Ministerio de Cultura.
En 1998 me trasladé a Cartagena de Indias. Allí me vinculé como profesor invitado en el área de Humanidades de la Universidad Tecnológica de Bolívar. Mi dedicación a la escritura sigue siendo casi absoluta. De ello dan cuenta las novelas escritas en esa ciudad, entre los cuales destaco Rencor (2007), Señor Sombra (2009) y Tierra quemada (2013), una trilogía sobre el conflicto armado colombiano y su repercusión traumática en la vida de la sociedad y, sobre todo, de las víctimas.
A los 71 años cumplidos, hago parte de esa mayoría de colombianos que no estarán cobijados en ningún régimen de pensiones.